miércoles, 3 de junio de 2009

LA TELEVISION

Frecuentemente se acusa a la TV de hacer una presentación sesgada de las informaciones. La más frecuente es la de mentir y distorsionar, dando o quitando, énfasis a ciertos hechos o ignorando otros o imponer sus propios juicios de valor.

Es evidente que algunos periodistas actúan como propagandistas de causas, políticas o no. Sin embargo no se da tanto un sesgo político sino un irremediable sesgo estructural.

El sesgo estructural proviene de la esencial naturaleza de la televisión y de la organización de los servicios informativos, del deseo de la gente que esta en ese negocio de hacer su trabajo de acuerdo con las pautas establecidas del medio y, en consecuencia de recibir un buen sueldo y prosperar. Su objetivo sería presentar las historias haciéndolas interesantes tanto en imágenes como en palabras. El criterio consiste en conseguir el mayor porcentaje de audiencia y por lo tanto mayores apoyos publicitarios y de ingresos monetarios. Su visión de la política es la de un juego jugado por los políticos y los grupos de presión buscando promover sus intereses particulares.

Es por esta razón esa peculiar búsqueda de lo sensacional, de lo sorprendente, de lo truculento, de lo que atrae audiencias a cualquier precio. En la propia naturaleza de los medios está la búsqueda de lo que es noticia o sea de lo que rompe la normalidad y la rutina. La esencia de la noticia es perversa.

La tarea de seleccionar y editar el material que se recibe es la verdadera índole de la información de TV. El sesgo, por lo tanto, se produce no tanto porque los periodistas sean deshonestos (que lo son) ni porque quieran (que lo quieren) manipular las informaciones, sino por la naturaleza básica del medio. Mientras los periódicos tienen páginas de información, la TV tiene solo párrafos; y mientras en los medios gráficos las imágenes son meros añadidos que sirven para complementar lo escrito, en la TV la imagen es casi todo y la palabras sirven para anclar las imágenes (un partido de fútbol se puede mirar sin el audio y a la vez escucharlo por la radio), en suma la TV tiene que conseguir el máximo impacto en sus pocos minutos.

Se deduce de todo ello que la TV tiende a la simplificación de los problemas y de las cuestiones y que la vida política y las contiendas electorales, tal y como son presentadas por la pequeña pantalla, vienen a ser a menudo un burdo diseño de gruesos trazos del que han desaparecidos todos los matices. Los políticos conocen la naturaleza del medio y simplifican voluntariamente sus programas y sus políticas, horrorizados ante la sola perspectiva de que una presentación que no simplifique lo necesario puede resultar indigerible para el delicado estómago de los teleespectadores – electores, que solo soportan ligeras papillas políticas que al final resulta diferenciar porque todas se caracterizan por la insipidez.

La misma tendencia a la simplificación conduce a una perspectiva en blanco y negro que fácilmente deriva en un maniqueísmo que tiende a presentar la política como una contienda entre buenos y malos. Una manifestación de infantilismo similar a esa actitud de los niños que en cuando hay varios bandos, en cualquier orden de la vida piden etiquetas de buenos y malos y exigen que se tome partido. Las informaciones de TV muestran, a menudo, por la propia naturaleza del medio, esa simplificación infantil y maniquea, de los cuentos y las fábulas.

Todos estos problemas que afectan a los informativos de TV, se agudizan en período electoral. En todo caso la información que facilita la TV tiene una importancia decisiva. Los electores convertidos en audiencia reciben de la TV toda la información que usan para tomar su decisión ante las urnas. Escasa información pues media hora de un noticiero es menos información que una página de un diario tamaño sábana (La Nación). Es por esto que cada vez se votan más imágenes en vez de programas, que no se dan a conocer y que a veces (la mayoría) no existen. Esta situación ha llevado a que la política se considere un espectáculo.

Se dice que la ficción en la TV no afecta las decisiones electorales. En gran parte esto es verdad pues la gente sabe distinguir las novelas o los programas de humor de las noticias, pero cuando los programas como Gran Cuñado comienzan a ser noticia la cosa ya no es tan clara. Es notorio que los comentarios sobre dicho programa ocupan gran parte del espacio de las noticias, por ejemplo el diario Crónica (martes 19 de mayo de 2009) publica en tapa “Lilita eliminada de Gran Cuñado”, o en el noticiero de las 20hs de Canal 13, Telenoche, se comentan las circunstancias de dicho programa. Es por este mecanismo que ya no hay una diferencia tan clara, que todo se pone confuso, que la gente que ve el programa (4 millones) y vota a favor y en contra comienza a confundir el personaje de ficción con el real. No votan por la actuación del cómico sino por la actuación del político, comienzan a confundir lo que dice el cómico con lo que dice el político. Este mecanismo de confusión de lo ficticio con lo real se afianza más cuando los políticos van a programas de espectáculos, ej.: de Narváez en el programa de Jorge Rial.

Es seguro que lo expresado es cuestionable y hay argumentos para rebatirlo, pero todo el mundo sabe que al ex Presidente Arturo Illia se le decía “la tortuga”, y este es un apodo que le puso la revista humorística Tia Vicenta de Landrú, que lo mostraba como un hombre “lento”. Cualquiera que analice ese período histórico comprobará la falsedad de esa imagen, sin embargo se impuso la idea de ficción sobre la real. Esto no quiere decir que Tia Vicenta impulsó el golpe del ’66, pero si que (a lo mejor sin quererlo) contribuyo a que la gente se forme una imagen de Illia que hizo más digerible la intervención militar.

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